Desde 2013, la obesidad ha sido reconocida como una enfermedad por varias organizaciones médicas y de salud como la Organización Mundial de la Salud (OMS), la Asociación Médica Americana (AMA), la Asociación Americana de Endocrinólogos Clínicos (AACE) o la Sociedad Internacional de Cirugía de la Obesidad y Trastornos Metabólicos (IFSO), entre otras.
La obesidad es definida por la OMS como una acumulación excesiva de grasa que resulta perjudicial para la salud.
Es una enfermedad crónica, compleja, de incidencia creciente, recurrente y multifactorial, ya que en ella intervienen factores fisiológicos, psicológicos, ambientales, socioeconómicos y genéticos.
Se produce cuando la ingesta calórica supera al gasto de energía de forma mantenida. Dado que este desequilibrio energético puede tener su origen en causas genéticas, fisiológicas, ambientales y psicológicas, su efecto sobre el aumento de peso varía de una persona a otra. La ciencia ha ido identificando, además, algunos de esos factores fisiológicos, como los sistemas de control del apetito y los estilos de vida durante la infancia, que podrían resultar esenciales en la aparición de la obesidad.
La obesidad no solo es importante por su elevada prevalencia sino porque se asocia a una disminución de la esperanza y calidad de vida y a diversas comorbilidades o enfermedades concomitantes, como la osteoartritis, la diabetes tipo 2, las enfermedades cardiovasculares, la hipertensión arterial, la dislipidemia, la apnea obstructiva del sueño, determinados tipos de cáncer y problemas en la vesícula biliar.